• Daniela Urzola

La Ascensión de Saint Maud

🚨🚨🚨 ALERTA SPOILER 🚨🚨🚨


Rose Glass arriba a la escena del terror con una ópera prima insólita, devastadora e igual de ambiciosa en su puesta en escena y en su exploración de la psique humana, la espiritualidad y la corporalidad.

Saint Maud (Rose Glass, 2020) DP: Ben Fordesman

Maud (Morfydd Clark) es una enfermera de cuidados paliativos que, luego de sufrir un trauma desconocido en su anterior trabajo, se convierte en una devota seguidora del catolicismo. Obsesionada con la idea de que se encuentra en este mundo para cumplir un propósito mayor, Maud conoce a una nueva paciente, Amanda: una hedonista que representa la más glamorosa decadencia. Al poco tiempo de estar a cargo de su cuidado, Maud se convence de que debe salvar el alma de Amanda antes de que ella muera, para así cumplir la voluntad del Dios que se manifiesta dentro de sí y alcanzar un anhelado estatus de santidad. A partir de ese momento, se desenvuelven una serie de eventos en la vida de Maud que la hacen vivir en un vaivén, cuestionando su fe y volviendo a creer, una y otra vez.


Saint Maud (Rose Glass, 2020) DP: Ben Fordesman

Saint Maud es una película que indudablemente requiere más de un visionado. Se trata de un filme cargado de simbolismos, en el que nada es dejado al azar. Motivos recurrentes, patrones y referencias construyen un universo visual que actúa como una bisagra entre el mundo exterior y el mundo interno de nuestra atormentada protagonista. Sería poco decir que el ejercicio de puesta en escena ideado por Glass es impecable. Resulta claro que la directora británica ha pensado la historia como una unidad indivisible con los elementos visuales empleados para contarla, lo cual se refleja en decisiones estéticas como los ángulos en diagonal, la cámara desde arriba o incluso los planos invertidos -estos últimos empleados con mucha astucia cuando Maud sufre una profunda crisis de fe-. Todos estos son usos de la cámara que se presentan como herramientas para retratar la angustia de Maud y transmitirla al espectador con la misma intensidad. Esto, además, es acompañado por una iluminación tenue en espacios bañados de claroscuros envolventes que aluden a un terror gótico de corte más clásico.


Saint Maud se desarrolla en un juego constante entre la fe y la ilusión, lo real y lo imaginado. Todo lo vemos siempre a través de los ojos de Maud, y todo es siempre narrado en una conversación constante entre ella y el Dios que venera. Nunca llegamos a saber si realmente Maud habla con un ser etéreo -y si lo hace, cuál es la naturaleza de éste-. Y esta membrana de su mirada sólo se rompe en breves momentos en los que se muestran destellos de una realidad externa, como por ejemplo cuando una excompañera de trabajo se refiere a ella como Katie, poniendo en tela de juicio la sanidad de “Maud” y, por ende, todo lo que ella ha contado hasta el momento. Pero el instante que encarna esto de una manera más directa, y el que es probablemente el plano más potente de toda la película, es el plano final, que irrumpe con violencia para mostrar una visión alterna a la de Maud y así dejar en evidencia que, en efecto, existe una segunda realidad que se nos ha ocultado. Es una conclusión devastadora y en extremo chocante, pero en cierto sentido es también catártica. Para Maud, ambas conclusiones llevan a un mismo final feliz. Uno es el imaginado: ella con sus alas, inmolada y lista para elevarse finalmente al plano celestial. El otro es el externo: una mujer ardiendo en llamas, gimiendo y aullando por el dolor. El segundo es el que debe atravesar para llegar al primero, el sufrimiento que debe asumir para alcanzar la ascensión. Y qué mayor sufrimiento que esta muerte. Qué mayor recompensa que esta muerte.


Es un plano en el que, además, se enfatiza un elemento transversal a la historia: el cuerpo. A lo largo del filme, Maud no solamente cree hablar con Dios, sino que lo siente físicamente dentro de sí, experimentando momentos de clímax que se sitúan en la ambigüedad entre un orgasmo y una posesión. No es casual, por lo tanto, que el terror en Saint Maud esté ligado a un subgénero como el body horror, si se tiene en cuenta que el cuerpo es algo que ha estado históricamente ligado a la religión. El castigo, la autoflagelación, el martirio y el pecado de la carne son todos conceptos en los que el cuerpo tiene un rol central. Es así cómo a través de este elemento Glass logra imprimir un sinnúmero de capas a la historia, explorando de cerca y de modo sugerente las relaciones entre la religiosidad y la sexualidad, el dolor y el placer, el thanatos y el eros.


Son tantas las lecturas que se pueden hacer de la obra de Glass que no cabe duda de que se estará hablando de ella por mucho tiempo. Saint Maud presenta un tipo de terror que en ocasiones se asemeja a otros filmes contemporáneos, pero que en otras parece anómalo y sin precedentes. Pero, sobre todo, presenta una exploración de la psique que cuestiona desde su origen la veracidad de lo que se está contando -y de la voz que lo está haciendo-. Maud es una mártir autoproclamada, una mujer poseída, un ser iluminado, una enfermera psicótica, una asesina, una santa… Es todo y nada. Ella nos muestra lo que quiere que veamos, y de la misma manera esconde lo que quiere esconder. Y al final de todo, la pregunta que queda es: ¿Ha Maud ascendido a ese codiciado más allá o ha descendido en la locura absoluta? Lo que hemos presenciado es su historia, su verdad, y casi como la religión misma, está en cada uno escoger la versión que quiera creer.

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